Por:
Germán Valenzuela Sánchez.
En la punta de un
lápiz proletario se desliza éste poema crónica. La mina negra traza camino en
el papel igual que el río en su lecho, parecido a los segundos en la redondez
del reloj, en las hojas verdes de los árboles se esconde la noche y cena con la
clorofila dentro de la corteza anillada.
Todo ha cambiado, todo está cambiando, ahora llueve donde no llovía. Antes las
palomas llevaban mensajes de pueblo en pueblo, ahora se amontonan en los
parques, en las cúpulas de las iglesias, a comer granos, a pelechar,
gurrunguear y pelear con su especie.
No sé quién se inventó ese epíteto de la paloma de la paz, ellas se hacen en los
árboles y en los huecos de los pueblos centenarios echando panza y sacando
pecho igual a algunos burócratas que
salen pensionados y se sientan en los escaños a piropear el tiempo y a seguir
esquilmando al Estado. Mientras al transeúnte se le olvidó el civismo, el
respeto por los símbolos patrios, los
lugares públicos se llenaron de basura humana, basura politiquera, basura
partidista y más basura que va a parar en los sifones, y todo sigue creciendo
en medio del caos y el próximo candidato se llamará basura reciclable, a ver
¿quién vota?... y todos los desechos correrán a votar por ese mugre o
desperdicio que dejan los grupos donde se
marginan las ideas y se pisotea a
la especie humana.
La desidia de sus
dirigentes solo busca llenar sus alforjas a costillas del débil que no es otro
que el mismo pueblo.
En la punta de un
lápiz proletario se construye éste poema urbano con sabor a crónica callejera
que retrata la desorganización que tiene la ciudad. A nadie le importa la
ciudad, solamente al lápiz, pero el lápiz no tiene directorio y él es un
proletario más que camina y ve el
sufrimiento, el sufrimiento de la ciudad
que ama.
periodistadepiedecuesta@hotmail.com